Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro | ||
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Retrato de Benito Jerónimo Feijoo a los 57 años, grabado de Juan Bernabé Palomino (Biblioteca Nacional de España). | ||
Información personal | ||
Nacimiento |
8 de octubre de 1676 Pazo de Casdemiro, Pereiro de Aguiar | |
Fallecimiento |
27 de septiembre de 1764 (87 años) Oviedo | |
Nacionalidad | Española | |
Religión | Catolicismo | |
Educación | ||
Educado en | Universidad de Salamanca | |
Información profesional | ||
Ocupación | Monje, ensayista y polígrafo | |
Empleador |
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Movimiento | Ilustración e Ilustración en España | |
Obras notables | ||
Orden religiosa | Orden de San Benito | |
Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro (Pazo de Casdemiro, Pereiro de Aguiar, provincia de Orense, 8 de octubre de 1676-Oviedo, 27 de septiembre de 1764)[1] fue un religioso benedictino, ensayista y polígrafo español. Junto con el valenciano Gregorio Mayans constituye la figura más destacada de la primera Ilustración española. Es autor del discurso Defensa de mujeres (1726), considerado el primer tratado del feminismo español. Acosado por la Inquisición, fue protegido por los Borbones y en especial por Fernando VI.[2]
Nació en el ano de una familia hidalga del muy antiguo linaje de Feijoo, en el pazo de Casdemiro, parroquia de Santa María de Melias, a las riberas del río Miño. Sus padres fueron Antonio Feijoo Montenegro y Sanjurjo y María de Puga Sandoval Novoa y Feijoo. Cursó sus estudios primarios en el Real Colegio de San Esteban de Ribas de Sil,[3] en el municipio de Nogueira de Ramuín. En 1688, a los doce años, ingresó en la Orden Benedictina en el monasterio de San Julián de Samos, cuando era su abad fray Anselmo de la Peña, quien fue después general de su congregación en España y Arzobispo de Otranto (Reino de Nápoles).
Convertirse en monje benedictino le supuso voto de pobreza y, por tanto, renunciar a sus derechos como miembro de su casa. Desde entonces se consagró al estudio, llegando a ser nombrado "maestro general" en su orden, y dio clases en distintos lugares de Galicia, de León y de Salamanca, en cuya Universidad estudió también. Ganó por oposición una cátedra de Teología en la Universidad de Oviedo y allí residió desde 1709 hasta el fin de sus días, consagrado al estudio, a la enseñanza, a la composición y defensa de sus obras (que levantaron gran polvareda en cuanto a detractores y seguidores desde que en 1726 salió el primer tomo de su Teatro crítico) y a sostener un caudaloso epistolario, bien con otros eruditos y científicos de su propia orden, como fray Martín Sarmiento, o con sabios y escritores de toda España, Europa y América. Sus obras principales, el Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas, fueron probablemente las obras más impresas y leídas en la España del siglo XVIII, de suerte que bien pudo desechar todo argumento de autoridad y proclamar con orgullo:
Yo, ciudadano libre de la República de las Letras, ni esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos, escucharé siempre con preferencia a toda autoridad privada lo que me dictaren la experiencia y la razón.[4]
En los últimos años de su vida fue atacado por la sordera, y una extrema debilidad en las piernas obligaba a llevarlo a los oficios del coro en silla de ruedas; falleció en su colegio de San Vicente de Oviedo el 27 de septiembre de 1764, y está enterrado en la iglesia de Santa María de la Corte (Oviedo).
La Real Sociedad Económica de Sevilla lo incluyó entre sus socios numerarios; Fernando VI le dio el título de consejero real en prenda de su estima y Carlos III le regaló por la misma razón un ejemplar de Las antigüedades de Herculano. El papa Benedicto XIV y el cardenal Quirini hicieron de él grandes elogios y fue por muchos escritores y sabios respetado y agasajado.
Se considera a Feijoo el introductor del género ensayístico en la literatura española, así como uno de los más famosos miembros (junto con Mayans) de la que es considerada la primera Ilustración Española (desde 1737 hasta poco después de la muerte de Fernando VI), tras una primera etapa de pre-ilustración representada por los novatores: un grupo constituido fundamentalmente por médicos y cuyas obras se reimprimieron sin pausa a lo largo de todo el siglo XVIII.
Amalio Rodríguez Telenti reveló una faceta desconocida del padre Feijoo en la tesis doctoral que le dedicó y leyó en la Universidad de Salamanca: Aspectos médicos en la obra del Maestro Fray B. Jerónimo Feijoo.[5]
Hasta 1725, Feijoo no comenzó a publicar sus obras, casi todas ellas colecciones de opúsculos polémicos que llamó discursos (de discurrir, esto es, disertar libremente), verdaderos ensayos si la libertad de su pensamiento hubiera sido absoluta. Su obra en este género está integrada, por una parte, por los ocho volúmenes (118 discursos), más uno adicional (suplemento) de su Teatro crítico universal, publicados entre 1726 y 1740 (el título teatro ha de entenderse con la acepción, hoy olvidada, de «panorama» o visión general de conjunto), y, por otra, por los cinco de las Cartas eruditas y curiosas (166 ensayos, más cortos), publicadas entre 1742 y 1760. A estas obras hay que agregar también un tomo extra de Adiciones que salió a luz en 1783 y su copiosa correspondencia privada, que continúa inédita hasta el día de hoy. Los temas sobre los que versan estas disertaciones son muy diversos, pero todos se hallan presididos por el vigoroso afán patriótico de acabar con toda superstición y su empeño en divulgar toda suerte de novedades científicas para erradicar lo que él llamaba «errores comunes», lo que hizo con toda dureza y determinación, como Christian Thomasius en Alemania, o Thomas Browne en Inglaterra:
Error, como aquí le tomo, no significa otra cosa que una opinión que tengo por falsa, prescindiendo de si la juzgo o no probable. Ni debajo del nombre de errores comunes quiero significar que los que impugno sean trascendentes a todos los hombres; bástame para darles ese nombre que estén admitidos en el común del Vulgo o tengan entre los Literatos más que ordinario séquito. Esto se debe entender con la reserva de no introducirme jamás a juez en aquellas cuestiones que se ventilan entre varias escuelas [...] Para escribir en el idioma nativo no se ha menester más razón que no tener alguna para hacer lo contrario. No niego que hay verdades que deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia; pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este idioma y fácilmente pasan de estos a los que no saben más que el castellano. [...] Aunque mi intento solo es proponer la verdad, posible es que en algunos asuntos me falte penetración para conocerla y en los más fuerza para persuadirla. Lo que puedo asegurarte es que nada escribo que no sea conforme a lo que siento. Proponer y probar opiniones singulares sólo por ostentar ingenio téngolo por prurito pueril y falsedad indigna de todo hombre de bien. En una conversación se puede tolerar por pasatiempo; en un escrito es engañar al público. La grandeza del discurso está en penetrar y persuadir las verdades; la habilidad más baja del ingenio es enredar a otros con sofisterías.Feijoo, «Prólogo» al Teatro crítico universal, vol. I
Se denominaba a sí mismo «ciudadano libre de la república de las letras», si bien sometía todos sus juicios a la ortodoxia católica, y poseía una incurable curiosidad, a la par que un estilo muy llano y atractivo, libre de los juegos de ingenio y las oscuridades postbarrocas, que abominaba, aunque se le deslizan frecuentemente los galicismos. Se mantenía al tanto de todas las novedades europeas en ciencias experimentales y humanas y las divulgaba en sus ensayos, pero rara vez se propuso teorizar reformas concretas en línea con su implícito progresismo. Filosóficamente, se decantó por el empirismo de Francis Bacon y su Novum Organum (1620), su libro de cabecera, y coqueteó con el eclecticismo y el escepticismo, llamándose a sí mismo unas veces "ecléctico" o "escéptico mitigado". Aplica las clásicas cautelas de Bacon contra los eidola o engaños que estorban la recta interpretación de la experiencia o experimento: modos comunes de pensamiento (Idola tribus), modos propios del pensamiento individual (Idola especus); modos propios derivados de una dependencia excesiva del lenguaje (Idola fori) o de una dependencia excesiva de la tradición (Idola teatri). Pero, si bien su equipo conceptual no es complicado, se vuelve complejo al aplicarlo pedagógicamente, porque la experiencia exige, y, por tanto, desarrolla la sagacidad para atinar en la elección y planteo del experimento, la perspicacia para captar todas las circunstancias que pueden influir en él, la constancia para realizarlo el número de veces necesario hasta obtener unos resultados válidos, la precaución para desenmascarar cualquier factor aleatorio, raciocinio para comparar unos experimentos con otros y diligencia para no concluir superficialmente una afirmación engañosa. Entre los autores que más cita, fuera de Francis Bacon, están Isaac Newton, Pierre Gassendi, Emmanuel Maignan, René Descartes, Nicolás Malebranche, Robert Boyle, John Locke, las Mémoires de Trévoux y los diccionarios de Pierre Bayle y Louis Moréri.
En cuestión de estética fue singularmente moderno (véase, por ejemplo, su artículo «El nosequé») y adelanta posturas que defenderá el Romanticismo, pero critica sin piedad las supersticiones que contradicen la razón, la experiencia empírica y la observación rigurosa y documentada.
En los temas relacionadas con las Indias, que aborda en el Teatro crítico en algunas ocasiones, refutó la idea de que los indígenas vivían menos que los habitantes de otros continentes.[6] En otra ocasión quiso desmentir que la inteligencia de los nativos se desarrollase precozmente y desapareciese asimismo muy pronto.[6]
Entre la variedad de temas que Feijoo aborda igualmente se encuentra el papel que la mujer desempeña en la sociedad, con un hito destacado en la historia del feminismo, el discurso «Defensa de las mujeres» publicado en el tomo I del Teatro crítico, considerado el primer tratado feminista español.
Sus discursos suscitaron una auténtica tempestad de rechazos, protestas e impugnaciones, sobre todo entre los frailes tomistas y escolásticos. Las más importantes fueron las de Ignacio de Armesto Ossorio, autor de un Teatro anticrítico (1735) en dos volúmenes, fray Francisco de Soto Marne, que publicó en su contra dos volúmenes de Reflexiones crítico-apologéticas en 1748; Salvador José Mañer, quien publicó un Antiteatro crítico (1729), Narciso Bonamich, en sus Duelos médicos contra el teatro crítico del reverendísimo padre Fray Benito Feijoo... en 1741; Diego de Torres Villarroel y otros muchos. Le defendieron el doctor Martín Martínez y los padres Isla y Martín Sarmiento, así como el mismo rey Fernando VI, quien, por un real decreto de 1750, prohibió que se le atacara.
El padre Feijoo publicó asimismo otras obras menores: Apología del escepticismo médico (1725), Satisfacción al Escrupuloso (1727), Respuesta al discurso fisiológico-médico (1727), Ilustración apologética (1729), Suplemento del Teatro crítico (1740) y Justa repulsa de inicuas acusaciones.
Como nota curiosa, cabe decir que en el cuarto tomo de sus Cartas eruditas y curiosas, la vigésima versa sobre el tratado de Augustin Calmet sobre vampiros y en el tomo sexto de Teatro Crítico Universal se hace eco de las noticias de que fue visto un hombre-pez en Martinica en 1671 y de la historia de el hombre pez de Liérganes.[7]
La figura de Feijoo es clave en la historia de los derechos de las mujeres en la España del siglo XVIII. El discurso XVI "Defensa de las mujeres", publicado en el primer tomo del Teatro crítico universal de 1726, está considerado como el primer tratado feminista español. Mezcla los criterios de corte racionalista, propios de la primera generación ilustrada a la que pertenece, con otros criterios tradicionales fundamentados en el argumento de autoridad sirviéndose de numerosas referencias eruditas.[8] Cuestiona la opinión común y la misoginia de la época sobre la inferioridad de la mujer, defiende la igualdad intelectual entre hombre y mujer, la dignidad moral de las mujeres y su derecho a acceder al saber científico y a la alta cultura.[9][10][11]
El texto comienza con estas palabras:
En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: Defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres que apenas admiten en ellas cosa buena.
En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero, donde más fuerza hace es en la limitación de los entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre estos capítulos discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de Ciencias y conocimientos sublimes.[12]
Siguieron la estela de Feijoo autores como Francisco Santos, quien publicó Bello gusto de la moda en materia de Literatura, o acertada idea del ilustrísimo Feijoo, proseguida en una instrucción universal de varias Cartas curiosas, selectas, críticas y eruditas en todo género de materias, obra muy útil para formar el espíritu de la juventud y librarla de preocupaciones (Barcelona, 1753); menos protegida que la de Feijoo, su obra fue denunciada a la Inquisición. Juan Martínez Salafranca, uno de los editores del Diario de los Literatos, publicó unas Memorias eruditas para la crítica de artes y ciencias (1736). El jesuita Antonio Codorniú publicó Dolencias de la crítica (1760) y fray Íñigo Gómez de Barreda fue el responsable de los cuatro volúmenes que ocupa Las fantasmas de Madrid y estafermos de la Corte, obra donde se dan al público los errores y falacias del trato humano para precaución de los incautos. Excitada de algunos discursos del lustre de nuestra España y religión benedictina, el ilustrísimo y reverendísimo Feijoo, sobre algunos errores comunes. Su autor el Desengaño, y le dedica a la Verdad (1761-1763). En fecha tan tardía como 1802 aún Antonio Marqués y Espejo publicó un Diccionario feijoniano.
De las Obras completas de Feijoo contó Marcelino Menéndez Pelayo en sus Historia de los heterodoxos españoles (1882) al menos quince ediciones. La edición clásica es la costeada por el ministro ilustrado Pedro Rodríguez de Campomanes en 14 volúmenes, con una "Noticia biográfica" compuesta por el propio Campomanes, según Sempere y Guarinos, en Madrid, 1765 y ss. Consta de ocho volúmenes de Teatro Crítico, cinco de Cartas Eruditas y uno de Ilustraciones Apologéticas.