La perfusión o perfusión tisular es el paso de un fluido, a través del sistema circulatorio o el sistema linfático, a un órgano o un tejido, normalmente refiriéndose al traspaso capilar de sangre a los tejidos.[1] Es la acción y efecto de perfundir (del latín perfundĕre 'difundir', que significa «Introducir lenta y continuamente un líquido, como la sangre o una sustancia medicamentosa, por vía intravenosa o en el interior de órganos, cavidades o conductos»[2]). Todos los tejidos animales requieren un suministro adecuado de sangre para mantenerse vivos y saludables. Una perfusión pobre puede causar isquemia que, si no es revertida a tiempo, puede derivar en muerte celular o el cese de las funciones vitales.[3]
Durante una cirugía importante, especialmente cirugía torácica, la perfusión tiene que ser mantenida y dirigida por los profesionales de la salud. Es habitual que, en estos casos, se cuente con la asistencia de un perfusionista profesional para que se ocupe del control hemodinámico.[4] En Estados Unidos, se realizan anualmente más de ciento veinte mil procedimientos de perfusión asistida.[4]
En 1920, August Krogh fue galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por descubrir el mecanismo de regulación de los capilares en el músculo esquelético.[5][6] Krogh fue el primero en describir la adaptación de la perfusión sanguínea en el músculo y otros órganos, de acuerdo con la demanda, a través de la apertura y cierre de arteriolas y capilares.[7]