El strappo es una palabra italiana que da nombre a la técnica de arranque de la superficie cromática de una pintura mural, con la que se consigue separar la película que forma la pintura del rebozado del muro posterior donde se encuentra.
Este traslado se ha realizado desde la antigüedad. Vitruvio relató cómo en el año 59 a. C., algunas pinturas habían sido sacadas de muros cortando los ladrillos y colocadas en marcos de madera para ser llevadas al Comitium a Roma.[1] El arqueólogo Amedeo Maiuri encontró pinturas murales en bastidores de madera en las excavaciones en Pompeya, como precursor de la extracción, casi masiva en época más moderna, que comenzó a efectuarse a partir de los siglos XVIII y XIX, a veces con fines especulativos por parte de coleccionistas particulares.[2][3]
El proceso consta de varias partes:
Para el arranque de pinturas principalmente al fresco, pero también se puede aplicar a la pintura mural al óleo, barniz o a la cera así como sobre tabla, existen otras técnicas además del strappo, como es el "stacco" en el que se arranca la capa pictórica conjuntamente con la capa de preparación o intonaco. Por último encontramos la técnica de lo stacco a massello en la que se arranca la capa pictórica, la capa de preparación y el soporte.[10] Este sistema es el más costoso de realizar y el más complicado para trasladar por el gran peso que supone la carga posterior del muro. Como además se une el tamaño del formato que no puede ser muy grande, se limita el uso de esta técnica a piezas pequeñas; es también la técnica más antigua que se conoce.[11]
En el siglo XXI con el progreso en la técnica de restauración de estas obras de arte, se hace posible el tratamiento de estas pinturas in situ . Dejando para su strappo en murales donde las circunstancias de los cuales son estudiadas a fondo y es inevitable su traslado, como podría ser la ruina irreversible del edificio donde se encuentran o la construcción de un pantano en que se encuentra un edificio que debe quedar anegado.[12]
Otros motivos de traslado pueden ser el riesgo que puede correr la pintura debido al cambio del edificio para una nueva función, el emplazamiento de iglesias o ermitas mal vigiladas o abandonadas en lugares lejanos con posible peligro de robo. En este último caso se encontraban muchas de las iglesias románicas catalanas, por lo que sus pinturas murales fueron trasladadas al Museo Nacional de Arte de Cataluña a principios de siglo XX, cuando ya se habían empezado a vender a coleccionistas o habían empezado a sufrir inundaciones como las que tuvo Florencia cuando el Arno se desbordó en 1966.[13]
De acuerdo con el Consejo Internacional de los Monumentos y Sitios Históricos (ICOMOS):
... el arranque y transferencia son operaciones peligrosas, drásticas e irreversibles que afectan gravemente a la composición física, la estructura material y las características estéticas de las pinturas murales. Estas operaciones, por tanto, solo se justifican en casos extremos, cuando todas las opciones de tratamiento in situ no son viables. Las pinturas (murales) arrancadas deberán ser repuestas a su emplazamiento original.[14]
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