Francisco Camilo (Madrid, 1615 - Madrid, 1673), fue un pintor español activo durante el Barroco que perteneció a la Escuela madrileña.
Hijo del pintor florentino Domenico Camilo, uno de los artistas que participaron en la decoración del Escorial. Su madre casó en segundas nupcias con el pintor madrileño Pedro de las Cuevas, con quien aprendió el oficio. En el taller de De las Cuevas se formaron varios de los más importantes representantes de la escuela madrileña de pintura del siglo XVII.
Ya muy joven, le vemos trabajar como artista independiente. En 1639 colaboró en la decoración del Salón Dorado (o De las Comedias) con cuatro lienzos de la serie de retratos por parejas de los reyes de España, desde tiempos de los visigodos, en la que participaron otros muchos pintores. De la década de 1640 se conservan diversas obras suyas basadas en modelos manieristas, pero con un acabado que le distinguirá de sus contemporáneos. Su factura es muy suelta, de pincelada nerviosa y colorido claro y brillante. Su arte es una peculiar versión del manierismo, de figuras alargadas, y que alcanza una gran dulzura en sus obras de devoción.
Nunca ostentó el título de Pintor del Rey, pero trabajó ocasionalmente en la decoración del Alcázar madrileño y otras dependencias reales. Para la Galería de Poniente realizó (1641) una serie de catorce lienzos sobre Las metamorfosis de Ovidio, además de "reparar" otros cinco en unión con Julio César Semín que fueron tasados por Alonso Cano. Lázaro Díaz del Valle, que lo conoció personalmente, haciendo mención de esta larga serie, asegura que Camilo era «grande historiador y muy noticioso de las fábulas, como me consta».[1] Palomino, tras repetir la afirmación de Díaz del Valle y asegurar que se trataba de pinturas al fresco, sostenía sin embargo que las pinturas no agradaron a Felipe IV, quien según una anécdota que se haría célebre, dijo «que Júpiter parecía Jesucristo, y Juno la Virgen Santísima: reparo digno de la discreción, e inteligencia de tan católico Rey; y de que lo observemos los artífices, como documento». El motivo, para Palomino, estaría en el genio de Camilo, «tan inclinado a lo dulce, y devoto», que le faltó para un género de pinturas que requieren «expresar en las fisonomías, trajes, y desnudos de los dioses, con semblantes adustos, y fieros, que en cierto modo degeneren, hasta en esto de nuestra Religión».[2]
Se conservan de él gran cantidad de obras devocionales de pequeño formato y aire íntimo, que son lo mejor de su producción. Aunque a veces resultan algo sensibleras, es evidente que es en este género donde Camilo da lo mejor de sí mismo.
Nos han llegado de su mano algunos retablos completos, donde daba rienda suelta a su gusto por el colorido. Camilo colaboró con algunos de los más importantes escultores de su época, policromando sus figuras. Un ejemplo de su actividad en este campo es el Cristo del Perdón del desaparecido Convento del Rosario madrileño, obra de Manuel Pereira.
Francisco Camilo representa un nexo de unión entre el manierismo, ya moribundo, y la nueva sensibilidad barroca.