Latifundio (del latín latifundĭum)[1] es una explotación agraria de grandes dimensiones. La extensión necesaria para considerar una explotación latifundista depende del contexto: en Europa un latifundio puede tener algunos cientos de hectáreas. En América Latina puede superar fácilmente las 10 mil.
En términos de propiedad, es equivalente a una gran propiedad agraria; aunque no necesariamente propiedad y explotación coinciden: una explotación puede constituirse con varias propiedades de propietarios distintos (por arrendamiento, cooperativa u otro tipo de cesión o asociación) y una propiedad puede estar dividida en varias fincas o parcelas, así como ser explotada por diferentes empresarios agrícolas, tanto de forma directa (por el propietario, aunque dado el tamaño necesariamente habrá de hacerlo mediante mano de obra asalariada -jornaleros-) o indirecta (por arrendatarios).
En el uso habitual del término en la época contemporánea, muy cargado de rasgos peyorativos, se entiende a los latifundios como caracterizados por un uso ineficiente de los recursos disponibles, aunque ello no siempre resulta así, ya que también existen (en América Latina, por ejemplo), explotaciones de gran tamaño que constituyen modelos de eficiencia productiva. Es necesario señalar que no siempre los conceptos de explotación y propiedad van de la mano: una explotación de gran tamaño puede consistir de diversas propiedades de diferentes dueños (ya sea por cooperativa, arrendamiento u otra clase de asociación o cesión) por lo que no se podría considerar como un verdadero latifundio.
Aparte de la extensión, existen otros elementos característicos de lo que se conoce como latifundismo: bajos rendimientos unitarios, utilización de la tierra por debajo de su nivel de máxima explotación, baja capitalización, bajo nivel tecnológico, mano de obra empleada en condiciones precarias y, en consecuencia, con bajo nivel de vida. El latifundismo ha sido tradicionalmente una fuente de inestabilidad social, excepto en las áreas de nuevo desarrollo (agricultura pionera) donde escasea la mano de obra. Para solucionar los problemas originados por los latifundios, se han probado diversas fórmulas, dependientes del tipo de gobierno en el que se encontraban: desde el cambio de estructura de la propiedad (reforma agraria), con expropiaciones incluidas, hasta la modernización de la explotación (agricultura de mercado).
Los latifundios se formaron por causas históricas, especialmente coincidiendo con conquistas militares y colonizaciones (en la formación del Imperio de la antigua Roma, en las invasiones germánicas, en la Reconquista española, en la colonización europea de América de los siglos XVI-XVIII, etc.) o con cambios políticos y socioeconómicos (en la feudalización de Europa oriental de los siglos XIV al XVIII, en los enclosures británicos de los siglos XVIII y XIX, en la desamortización española del siglo XIX, en la colectivización de la propiedad en la Unión Soviética etc.).
Las características físicas del terreno (llanuras, valles, montañas) también tuvieron mucha importancia en el desarrollo o en la limitación del latifundismo. Como resulta obvio, el latifundismo se adapta mejor a las zonas de llanura que a las de montaña, donde históricamente siempre ha predominado el minifundismo por las propias dificultades que presenta el relieve.
Las grandes propiedades agrícolas y el cultivo a gran escala alcanzaron notable desarrollo durante la República romana. Se cree que el desarrollo del cultivo a gran escala se debió a la generalización del cultivo del trigo en sustitución de otros cereales, como la espelta. El trigo era mayoritariamente importado de Sicilia, primero, y posteriormente, de África y Egipto. También se expandió notablemente el uso masivo de esclavos, que en vano se procuraba restringir por modificaciones legislativas, como la ley del 367 a. C. que obligaba a tener un número similar de asalariados libres y de esclavos.
Las reformas de los Gracos habían repartido 80.000 pequeñas parcelas, entre los proletarii ("los que crían hijos", término aplicado a los pobres sin tierra), que se habían multiplicado en Italia. En tiempos de Sila se repartieron aún más, unas 120.000, muchas de ellas para sustituir a los muertos en las guerras. Pero los repartos apenas se extendieron más allá de Italia. A pesar de todo, la pequeña propiedad fue progresivamente absorbida. En provincias, los propietarios locales ricos crecían a costa de los pequeños campesinos, quienes, abrumados por las cargas (especialmente por las continuas levas militares), debían abandonar sus tierras o venderlas a bajo precio. Los publicani y otros inversores en tierras (mercaderes, negociantes...), se convertían en grandes propietarios. La legislación también intentó intervenir la extensión de los latifundios fuera de Italia: para garantizar el monopolio de los vinos y aceites procedentes de los latifundios italianos de la clase senatorial romana, se prohibió el cultivo de la vid y el olivo más allá de los Alpes, y también la importación de vinos de otras zonas del Mediterráneo (Grecia), obligando a los latifundios de las provincias a dedicarse a la ganadería, menos rentable; mientras las pequeñas propiedades que no se dedicaban a la ganadería, al no poder cultivar la vid y el olivo, sólo servían para una agricultura de subsistencia.
Durante la Edad Media se introdujo un nuevo sistema social y agropecuario. Los señores feudales dominaban la propiedad de la tierra mientras que los siervos de la gleba tenían pequeñas parcelas que usaban en un tipo de agricultura de subsistencia, a cambio de la protección militar. Surgen así, poblados fortificados o ciudades acrópolis en torno a castillos, para facilitar la defensa. En el primer caso, la población, aunque básicamente tuviera un medio de vida basado en la agricultura y/o ganadería, estaba completamente rodeada por una muralla, que generalmente estaba abierta por puertas a los cuatro puntos cardinales (por ejemplo, Madrigal de las Altas Torres). En el segundo lugar, se ubicaba un castillo bien fortificado en un cerro y las viviendas del pueblo se ubicaban al pie del mismo como sucede en Almansa.
El sistema feudal continuó durante varios siglos, aunque tomando diversas formas durante la aparición de los Estados nacionales y, sobre todo con la formación de los imperios coloniales europeos, que se expandieron sobre extensos territorios del continente americano. Así, el imperio español en Hispanoamérica fue repartiendo las tierras y a sus habitantes indígenas entre los conquistadores a través de las instituciones conocidas como Repartimientos y Encomiendas. En el caso de los cultivos de plantación y los hatos ganaderos, surgieron los primeros latifundios agrarios en la América Latina, sustituyendo gradualmente la mano de obra indígena por esclavos de origen africano, principalmente procedentes de los países del Golfo de Guinea. Los cultivos de plantación, las grandes haciendas y los extensos hatos pecuarios fueron la base de un activo comercio entre América y Europa, que se consolidó en el siglo XVIII y, sobre todo en el XIX, ya iniciándose la Edad Contemporánea mediante las enormes transformaciones que ocurrieron en el mundo con la Ilustración, la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa, La Independencia de los países iberoamericanos, la Revolución Industrial (que dio origen a una verdadera revolución agrícola), el éxodo rural por la emigración de campesinos hacia las grandes ciudades, el desarrollo de las comunicaciones y transporte (ferrocarril y barcos de vapor) y el extraordinario desarrollo del comercio que todos esos hechos produjeron.
Después de la Independencia de los países hispanoamericanos, del Brasil y de otras regiones, los grandes latifundios coloniales continuaron en manos de una oligarquía terrateniente, aumentando la extensión de las explotaciones al desarrollarse la navegación transoceánica y el comercio internacional, con lo que las necesidades de alimentos y materias primas crecieron considerablemente a escala mundial. En la segunda mitad del siglo XIX, comienzan a liberarse los esclavos en muchos países de todo el mundo y la mano de obra formada por los esclavos vino a ser sustituida por peones, siendo el peonaje un sistema similar a la servidumbre feudal de la Edad Media cambiando la protección militar por un pago en dinero o en especie.
Los latifundios son parcelas de grandes extensiones y ya que su tamaño es de dimensiones enormes, permiten un cultivo mucho más productivo lo que a su vez produce un mayor rendimiento de los recursos económicos. Todas estas ventajas resumirían la mayor cantidad de producción y la reducción de los precios de los productos resultantes, más baratos en el mercado, lo que produce en definitiva un desarrollo económico. En otras palabras, por la superioridad técnica de la gran producción,[2] el latifundio debería permitir la producción a gran escala y a bajos precios, de materias primas para la alimentación y la agroindustria. Sin embargo, en varios países la gran propiedad de la tierra no ha conducido al desarrollo de la agricultura, debido a que se producen procesos de acaparamiento, con fines de especulación con el precio de la tierra.
Keynes consideraba que puede presentarse el fenómeno de una preferencia por la acumulación de tierra, por la existencia de una especie de prima por la tenencia de tierra, cuyo efecto para retardar el desarrollo económico puede ser semejante al de una alta "preferencia por la liquidez".[3] Para Marx, la concentración de la propiedad de la tierra en manos de los grandes terratenientes les permite sustraer de la producción grandes áreas, con el objetivo de elevar su renta, de manera que la gran propiedad territorial se levanta como un obstáculo para la inversión sostenida de capital en la agricultura,[4] que causa, además, un bajo nivel de los salarios.[5]
Por otra parte, históricamente se han registrado casos de desarrollo rápido de la agricultura a partir de la pequeña propiedad. Vietnam empobrecido por la guerra, pero sin latifundio, con fincas que no superan las 6 hectáreas[6] pasó de ser un importador en 1981, a ser el segundo exportador mundial de arroz, y además llegó a ser en 2012 el segundo productor y primer exportador mundial de café,[7] siendo además segundo exportador de nuez de marañón y, un gran productor de ñame, té y carne de aves.[8][9][10] En Colombia, varias investigaciones han encontrado que la agricultura campesina puede alcanzar y en algunos casos sobrepasar la eficiencia de grandes explotaciones,[11] concluyendo que, independientemente del tamaño de la escala de su unidad productiva, los agricultores pueden ser eficientes cuando acceden a los recursos y el entorno lo permite.[12] En 2013, en Ucrania, una investigación estableció que frecuentemente las grandes fincas no son las más rentables.[13] Es necesario tener en cuenta además, que las condiciones técnicas de cada cultivo determinan que es necesario tener en cuenta las especificidades de cada caso, por lo que la gran explotación no es necesariamente la mejor.[2]
En la crítica del latifundismo predominan dos enfoques: el socioeconómico y el político.