El neoantisemitismo (o nuevo antisemitismo) es un concepto utilizado por algunos académicos para referirse al supuesto resurgimiento internacional de incidentes y ataques contra los judíos y sus símbolos, así como a la aceptación y difusión actual de creencias antisemitas de forma más o menos explícita desde finales del siglo XX. Según afirman sus proponentes, el nuevo antisemitismo sería promovido fundamentalmente desde tres fuentes ideológicas dispares entre sí: la extrema izquierda, el islamismo y la extrema derecha,[1][2][3][4][5]y habría recuperado mitos tradicionales antisemitas, como las distintas teorías de conspiración y en particular la del dominio mundial, uniéndose «a una nueva construcción política e ideológica euro-árabe de deslegitimación y destrucción de Israel».[6]Siempre según los partidarios de esta corriente, el antisionismo y la demonización de Israel, o el doble estándar aplicado a su conducta, estarían vinculados al antisemitismo o constituirían antisemitismo encubierto.[7][8][9]
Los detractores del concepto sostienen que se utiliza en la práctica para instrumentalizar el antisemitismo con el fin de silenciar el debate político y la libertad de expresión en relación con el actual conflicto palestino-israelí, al confundir el antisionismo político y las críticas al gobierno israelí con el racismo, la apología de la violencia contra los judíos o el Holocausto. Estos argumentos han sido criticados a su vez como antisemitas.[10][11] Otros argumentos críticos incluyen que el concepto define la crítica legítima a Israel de forma demasiado limitada y la demonización de forma demasiado amplia, y que trivializa el significado del antisemitismo.[12][13][14]
El término tiene su origen en el ámbito anglosajón,[15] tanto en medios académicos como en sectores favorables a la causa israelí. Sin embargo, también lo han desarrollado algunos teóricos franceses.[16] Sus proponentes lo emplean sobre todo para diferenciar el supuesto nuevo antisemitismo (de base ideológica, asociado con el antiamericanismo y con la oposición a la existencia del Estado de Israel) del antisemitismo tradicional, que tenía una base etnicista y estaba tradicionalmente vinculado con ideologías de derecha. Los críticos del concepto rechazan el término pues consideran que se usaría con la intención de equiparar el antisemitismo con la crítica legítima a determinadas políticas o acciones de Israel para, de ese modo, restar credibilidad o silenciar a sus críticos.
El término se ha hecho relativamente común con la ola de antisemitismo que brotó con fuerza,[cita requerida] especialmente en Europa Occidental, tras la Segunda Intifada de 2000, el fracaso de los Acuerdos de Oslo, y los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, no existe consenso con respecto a su uso, pues desde 1945 el término antisemitismo quedó completamente proscrito del lenguaje político en las sociedades democráticas y nadie se reconoce públicamente como «antisemita» o «antijudío». El término es rechazado por los sectores de izquierda antisionista, que niegan que el antisionismo y el nuevo antisemitismo tengan relación alguna. También lo rechazan los miembros del movimiento Jaredí o judío ultraortodoxo como los jasidim o los Neturei Karta,[17] quienes están en contra del sionismo y del Estado de Israel.[18]
Otros de los intelectuales que han empleado el término son Alain Finkielkraut, Bernard-Henri Lévy[19][20] o Ralf Dahrendorf y Bernard Lewis, entre otros.[21][22][23] En el ámbito hispanohablante lo usan algunos periodistas como Pilar Rahola o escritores como Jon Juaristi, Diego Moldes y Gustavo Perednik.
Algunos autores, como Pierre-André Taguieff, proponen el término «nueva judeofobia» para referirse al mismo fenómeno.[24] Según Taguieff, la «nueva judeofobia», cuyo nacimiento sitúa tras la Guerra de los Seis Días de 1967, «no es menos temible que el viejo antisemitismo, pero... no debe nada a la definición “racial” de los judíos en tanto que “semitas”».[25]
Algunos partidarios del concepto del nuevo antisemitismo fechan su origen en la derrota de los ejércitos árabes en la Guerra de los Seis Días (junio de 1967), que dio un vuelco en la imagen internacional de Israel, especialmente a ojos de la izquierda no comunista y de la llamada «nueva izquierda» occidental que eclosionaba justo entonces (1965-68). Según Alain Finkielkraut (La réprobation d'Israël, París, Editions Denoël/Gonthier 1983), hasta ese momento la izquierda socialista europea había tenido un «idilio» con el Estado de Israel, con el que simpatizaba por el Holocausto y los kibutz.
Según Alain Dieckhoff, este nuevo antisemitismo como reacción a la Guerra de los Seis Días se dio inicialmente y sobre todo en los movimientos comunistas y en el mundo árabe, muy a menudo revestido de antisionismo.[2] Un ejemplo, según Dieckhoff, lo constituiría la Resolución 3379 aprobada por la Asamblea de las Naciones Unidas el 10 de noviembre de 1975 en la que se consideró que el «sionismo es una forma de racismo y discriminación racial». Votaron a favor 72 países ―en su mayoría países árabes y comunistas―, 35 en contra ―la mayoría de los países occidentales― y 32 se abstuvieron ―en su mayor parte países latinoamericanos y africanos―.[3]
Michel Wieviorka retrasa el cambio hacia el nuevo antisemitismo en Occidente a principios de la década de 1980 pues hasta entonces la imagen del Estado de Israel había sido muy positiva. La Guerra de los Seis Días de 1967 ―al ser vista como una lucha de David (Israel) contra Goliat (los países árabes)― así como la Masacre de Múnich de 1972 y los atentados antisemitas perpetrados en Europa, como el atentado de la calle Copernic de París de 1980, reforzaron la simpatía por Israel.[26] La percepción cambió, según Wieviorka, a partir de la invasión de Líbano por Israel en 1982, especialmente cuando se conoció la masacre de Sabra y Chatila de refugiados palestinos perpetrada por las milicias cristianas libanesas ante la pasividad cómplice del ejército israelí. Este cambio en la visión de Israel, especialmente en Europa, se vio reforzado con la Primera Intifada, iniciada en 1987, en la que el ejército israelí reprimió violentamente a los palestinos de los territorios ocupados. «En ese desigual combate, las imágenes de la guerra de los Seis Días se invierten. En adelante, serán los palestinos, armados con piedras, quienes representarán al débil David, frente a Goliat, el ejército israelí».[27]Sería esto lo que llevó, según Wieviorka, a que el antisionismo se extendiese por Occidente, cuestionando la existencia misma del Estado de Israel y propugnando incluso la expulsión de Palestina de todos los judíos, identificando judío con «sionista».[28] [29]Según Wieviorka, «el discurso antisemita se renovó en los años ochenta y noventa [del siglo XX], sin por ello desistir de sus temas clásicos, heredados de las ideologías de extrema derecha y de la idea cristiana del pueblo deicida»,[1] «de modo que hoy se codean y se entremezclan un viejo fondo de antijudaísmo cristiano, ese antisemitismo clásico, nacionalista, de extrema derecha, modernizado en un punto por el negacionismo y las acusaciones de Shoah business, con otro más bien de izquierda, anticapitalista, y un nuevo antisemitismo, antisionista, sobre todo presente entre las poblaciones ampliamente excluidas, dominadas o despreciadas, así como en algunos sectores impregnados de ideologías izquierdistas, anticapitalistas y propalestinas».[30]
Joel S. Fishman, del Jerusalem Center for Public Affairs, realiza un repaso histórico en La gran mentira y la guerra mediática contra Israel.[31] En él analiza las técnicas de «inversión de la realidad» que practicaban los nazis, muchos de los cuales, tras la guerra, encontraron asilo en países árabes, desde donde, según explica Fishman, se reactivaron algunas de esas mismas técnicas empleadas contra los judíos pero aplicadas ahora al Estado de Israel. Fishman expone el caso de Johann von Leers quien «patrocinó la publicación de una edición árabe de Los protocolos de los sabios de Sion, recuperó el libelo de sangre, organizó emisiones informativas antisemitas en numerosas lenguas, educó a neonazis de todo el mundo y mantuvo una cálida correspondencia animando a la primera generación de negacionistas del Holocausto». Todo ello le hace concluir a Fishman que «si la propaganda árabe antiisraelí y antijudía recuerda sumamente a la del Tercer Reich, es porque existe un buen motivo».[32]
Otro autores señalan que desde la segunda mitad de la década de 1990 y, especialmente, a partir del año 2000 se produjo lo que sus proponentes denominan una segunda oleada de nuevo antisemitismo. Por ejemplo, en Francia, en 2000-2001 los actos violentos de inspiración antisemita (incluyendo la quema de varias sinagogas y colegios judíos, agresiones personales y pintadas) se multiplicaron por diez.[33] Lo fundamentan en el crecimiento de formas eufemísticas de judeofobia y de un debilitamiento de la prohibición que pesa en Europa sobre las opiniones antijudías («supresión de tabúes» a juicio de algunos), junto al resurgimiento de los estereotipos antisemitas de siempre (como el del «poderío y dominio judíos»).
En el siglo XXI en Francia los actos antisemitas más dramáticos fueron el secuestro, tortura y muerte en 2006 del joven judío Ilan Halimi; el asesinato delante de una escuela de tres niños y un maestro, todos ellos judíos, en marzo de 2012 en Toulouse,[34][5]y la toma de rehenes en una tienda de productos judíos en la Porte de Vincennes de París en 2015 en la que resultaron muertos el terrorista y cuatro clientes del local, todos ellos judíos.[5]
En opinión de Pierre-André Taguieff,[35] las características del nuevo antisemitismo son las siguientes:
Algunos autores ven una nueva versión del viejo tópico antisemita del complot judío universal, en la teoría de que los atentados del 11-S fueron organizados por el servicio secreto de Israel, el Mosad, en colaboración con la CIA, que habrían sabido manipular hábilmente a Osama Bin Laden, jefe de Al Qaeda.[41]
Para los partidarios del "nuevo antisemitismo", la extrema izquierda estaría ocupando un papel central en él, debido a su antisionismo,[42][43] y a pesar de rechazar con indignación toda acusación de antisemitismo.[44]
El rabino estadounidense Michael Lerner considera que existe un «antisemitismo de izquierdas» que se fundamenta en la negación del derecho a la existencia de Israel y en la falta de crítica hacia los actos violentos palestinos.[45]
Un informe del parlamento británico de septiembre del 2006 sobre el antisemitismo sentenciaba que «el antisemitismo contemporáneo en Gran Bretaña está ahora más extendido en el espectro político de la izquierda que en la derecha» y se hacía eco «de alianzas entre la extrema izquierda y radicales islámicos» en cuanto a criticar a Israel se refiere.[46] Denis McShane, encargado de redactar dicho informe, afirmó que muchos izquierdistas utilizaban la crítica a Israel como pretexto para «propagar el odio contra los judíos británicos».[47]
En abril del 2006 se presentó el Manifiesto de Euston, una declaración de principios realizada por un grupo de intelectuales de izquierda, que hablaba de «los prejuicios contra el pueblo judío detrás del eslogan del antisionismo» y de que «el antisionismo ha crecido hasta el punto de que supuestas organizaciones de izquierdas aplauden y apoyan a oradores abiertamente antisemitas y forman alianzas con grupos antisemitas».[48]
El periodista italiano Genaro Carotenuto, columnista de la página izquierdista Rebelión.org y pensador de izquierda, adviertía en dicha página web, que si bien la izquierda podía oponerse firmemente al estado de Israel como ente político por su alianza con Estados Unidos y lo que este representa (capitalismo e imperialismo) así como por las violaciones a los Derechos Humanos de los palestinos, no debía confundir a Israel con los judíos como pueblo.
Me aterroriza este “antisemitismo de izquierda” que asocia la alianza entre Israel y Estados Unidos -un hecho geopolítico- y las violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado israelí para retomar prejuicios antisemitas desde lo más negro de nuestra historia. Una de las herramientas utilizadas por el gobierno de ultraderecha israelí es acusar quien lo critica de antisemitismo[49]
Agregaba el mismo Carotenuto que muchos judíos han sido activistas por la paz y los derechos de los palestinos y han sido opositores a las acciones de Israel.[49]
En general los pensadores de izquierda niegan que el antisionismo tenga nada que ver con el antisemitismo. Moishe Postone[50] lo explica más bien por la visión trotskista del internacionalismo obrero que ve las diferencias entre naciones como artificiales y como inventos burgueses para dividir a los obreros. Este rechazo al nacionalismo para sustituirlo por un universalismo implica una hostilidad hacia todo movimiento nacionalista (como lo es el sionismo). Postone menciona que el propio Trotsky era de origen judío y se oponía a las reivindicaciones nacionalistas e irredentistas judías, obviamente sin ser por ello antisemita. Esta misma filosofía es seguida por muchos izquierdistas para quienes el rechazo al nacionalismo judío manifiesto en el sionismo no implica tácitamente el rechazo al judío como persona o como colectivo. Otros pensadores de izquierda afirman que la violencia contra la población palestina y el Nakba son tan condenables como el mismo Holocausto o Shoa.[51]
La comentarista judía Judy Rebick (quien ha condenado las acciones israelíes hacia los palestinos) recuerda que la izquierda fue una de las fuerzas opositoras al nazismo y al neonazismo y asocia al antisemitismo más bien con posturas reaccionarias:
Pero cualquier tipo de intolerancia es inmoral e inaceptable. El antisemitismo ha sido siempre un instrumento en manos de la reacción. La izquierda ha estado en las primeras filas en la lucha contra los neo-nazis, pero el antisemitismo puede también adoptar formas más sutiles y a ésas también hay que oponerse, incluso si provienen de un grupo oprimido.[52]
En opinión de algunos de sus proponentes, el uso del neoantisemitismo por parte de la extrema derecha es residual. Así lo afirman autores como Pilar Rahola (“Hoy la que genera antisemitismo es la izquierda y no la extrema derecha”)[53] o el ensayista Jon Juaristi. Este último ha llegado a afirmar que «la judeofobia está en el campo progresista y no en el de los fieles a Vichy».[54]
Algunos consideran que la extrema derecha efectivamente ha dejado de lado su judeofobia y que el discurso antisemita se ha reducido considerablemente entre los neofascistas salvo en cuanto a grupos radicales y marginales, y ha sido reemplazada por la islamofobia, volviéndose el antiislámico el discurso más común entre la extrema derecha europea.[55] Recientes estudios apuntan a que el enemigo y chivo expiatorio favorito de los partidos neofascistas y ultranacionalistas europeos actuales es el islam, sin embargo, en muchos casos el discurso de odio anti-musulmán se entremezcla con el odio antijudío.[56]
En la actualidad (2024) en Europa los partidos de extrema derecha como el español VOX son los más favorables a Israel.[57]
Wieviorka afirma, por el contrario, que el antisemitismo sigue muy presente en la extrema derecha, con temas clásicos antisemitas, «heredados de las ideologías de extrema derecha y de la idea cristiana del pueblo deicida».[1][30]
A lo largo de la historia del Islam, han existido episodios tanto de tolerancia hacia los judíos como de hostilidad y persecuciones.[58]Según un estudio realizado en 2005, la gran mayoría de los habitantes de países de mayoría musulmana tienen puntos de vista negativos o muy negativos respecto a los judíos.[59]El profesor Khaleel Mohammed declaró en el 2006 que cerca del 95% de los musulmanes contemporáneos están expuestos a enseñanzas antisemitas.[60]M. Klein sugiere que el nuevo antisemitismo islámico se caracteriza por ser «un antisemitismo político, ideológico, intelectual y literario que se centra en la amenaza que Israel representa para los árabes».[61]
Para los partidarios del concepto, sería neoantisemita la afirmación del antiguo primer ministro malayo, Mahathir Mohamad, de que los judíos «dominan el mundo».[62] También lo sería el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, por haber aseverado que «Israel debería ser borrado del mapa»,[63] criticar que negar el Holocausto estuviese más penado en Occidente que negar a Dios,[64] y comparar a Israel con Satán.[65] En el discurso que pronunció en la Segunda Conferencia de la ONU sobre el Racismo celebrada en Ginebra en 2009 calificó el «sionismo» como un «racismo bárbaro», «un tipo de racismo que mancha la imagen de toda la humanidad, en el inicio del tercer milenio» y que esconde «su horrendo rostro de odio». En su intervención también denunció «los poderes mundiales, que controlan los inmensos recursos económicos y las ganancias del mundo», que intentan «ganar apoyo para el régimen sionista y ocultar la indignidad y la desgracia de aquel régimen», y «la conspiración que promueven algunos gobiernos y los círculos sionistas contra las metas y los objetivos de esta conferencia», proponiendo «quitarle la máscara a una campaña que corre en la dirección opuesta a todos los valores y principios humanitarios».[66]
Hassan Nasrallah, de Hezbolá, ha sido acusado de haber dicho: «Si buscamos en el mundo entero una persona cobarde, despreciable, débil de mente, ideología y religión, no encontraremos sino al judío. He dicho judío, advierto, no israelí».[67][cita requerida] Hamás ha hecho suyo el hadiz que reza «¡Musulmanes! ¡Matad a todo judío que se encuentre detrás de vosotros!».[68][cita requerida]
Asimismo, grupos terroristas islámicos han combinado en sus mensajes oposición a Israel con antisemitismo contra los judíos en general. El número dos de Al Qaeda y lugarteniente de Osama Bin Laden, Aymán al-Zawahirí, llamaba a atacar el 5 de julio de 2007 intereses judíos.[69] Lashkar-e-Toiba, grupo islamista pakistaní, aseveró que los judíos son «enemigos del Islam» e Israel «enemigo de Pakistán».[70]
Diversos politólogos y sociólogos, como Pierre-André Taguieff, Michel Wieviorka, Maria Luiza Tucci Carneiro o Alain Dieckhoff,[71][2][72][25] opinan que el antisionismo radical, extremo o absoluto sería una forma de nuevo antisemitismo ya que, lejos de ceñirse a la crític legítima a a las políticas de los gobiernos israelíes, pediría la destrucción del Estado de Israel o recurriría a los viejos tópicos y mitos antisemitas como «argumentos» para atacar a los «sionistas» identificados con todos los judíos.[2] Dieckhoff añade: «allí donde comienza a emerger el problema es cuando el antisionismo se inserta sobre una visión demonizada del sionismo, pretendidamente mundial, y donde toda suerte de visiones fantasiosas del poder judío son vehiculadas».[2]
El antisionismo «vira hacia el antisemitismo cuando ya no distingue a los judíos de Israel y ve en ese todo indiferenciado el mal absoluto», advierte Michel Wieviorka.[73] «Llamar a los judíos racistas, nazis o usar la palabra “holocausto” para nombrar el conflicto entre Israel y Palestina es tratar de banalizar el Holocausto, minimizando sus consecuencias para el pueblo judío», según Tucci Carneiro.[74] Taquieff, por su parte, llama al antisionismo radical, absoluto o extremista la «nueva judeofobia» pues este acusa a los «sionistas» ―asimilados a los judíos y a los israelíes― de «racismo», de «fascismo», de «expansionismo», de «imperialismo», de «apartheid» y de «genocidio» y defiende una deslegitimación total del Estado de Israel, proponiendo su desmantelamiento o su destrucción violenta.[25] El ministro de Defensa de Siria lo expresó crudamente en unas declaraciones el 5 de mayo de 2001: «Si cada árabe matara un judío, ya no quedarían judíos».[75]
El profesor Edward Kaplan, de la Universidad de Yale, junto con Charles Small, efectuó un estudio estadístico donde pretendió demostrar que la crítica a Israel estaría muy relacionada con sentimientos antisemitas.[76] En palabras de Edward Kaplan, "en Europa, la fuerza del sentimiento antiisraelí de una persona devela si esa persona es antisemita. Esta correlación se mantiene a través de nacionalidades, sexos, edades, niveles de ingresos y actitudes generales hacia grupos de inmigrantes o miembros de otras razas o religiones".[77] Según el estudio de Kaplan y Small, un 56 por ciento de quienes tenían un sentimiento extremo contra Israel también resultaron antisemitas.
Por su parte, la escritora y periodista española Pilar Rahola afirma que la crítica legítima a Israel, acompañada de ciertas expresiones (banalización del Holocausto, maniqueísmo en el conflicto palestino-israelí, minimización de lo que considera "terrorismo palestino", etcétera), puede desembocar en antisemitismo.[78]
El filósofo argentino-israelí Gustavo Perednik va más allá y sostiene que el antisionismo, no sólo el radical, es una forma de antisemitismo.[79]
El político israelí Natan Sharansky,[80] líder sionista y actual presidente de la Agencia Judía para Israel, publicó en 2004 [81]lo que denominó el Test 3D del Antisemitismo, que era un conjunto de criterios para distinguir la crítica legítima de Israel del antisemitismo. Las tres D correspondían a Deslegitimación [de Israel], Demonización [de Israel], y someter a Israel a estándares Dobles; cada uno de los cuales indicarían antisemitismo.[82][83]
En cambio, la comentarista judía canadiense Judy Rebick denuncia que se quiera homologar la crítica a Israel y la condena legítima y válida de algunas de sus acciones en el conflicto árabe-israelí con el antisemitismo (sin serlo) para acallarlas —«el problema es que la dirección israelí ha entretejido habilidosamente el mito de que la oposición a sus políticas constituye oposición al pueblo judío, que la crítica a Israel es, de por sí y en sí misma, antisemita».[84]
La periodista Milagros Pérez Oliva considera que la crítica legítima al gobierno de Israel por sus acciones desde su fundación, y especialmente tras el conflicto de la Franja de Gaza de 2008-2009, no representa de ninguna forma antisemitismo y que, de hecho, existen críticos al gobierno de Israel, a sus operaciones militares y al manejo de la población palestina, que son precisamente judíos israelíes.[85]
Por otro lado, existen numerosos judíos antisionistas,[86][87][88] como es el caso de los Neturei Karta y otros grupos ultraortodoxos religiosos así como judíos seculares de izquierda. Y, por el contrario, la mayoría de los sionistas del mundo son no judíos, en particular los cristianos sionistas.[89]
El 26 de mayo de 2016, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) adoptó una definición práctica, jurídicamente no vinculante, de «antisemitismo». Entre otros ejemplos, consideró antisemitas las críticas o acusaciones siguientes:[90]
Esta definición fue adoptada o apoyada por numerosos estados y provincias, que la incorporaron en mayor o menor medida a sus ordenamientos jurídicos. Entre ellos se cuentan Israel, Estados Unidos (solo en parte y con gran debate político[91]), Canadá, Australia, casi todos los miembros de la Unión Europea (menos Irlanda y Dinamarca), el Reino Unido y varios países hispanoamericanos como Argentina y Colombia.[92]
La definición de la IHRA ha sido criticada por los defensores del pueblo palestino por considerar que amalgama el Estado de Israel, la ideología sionista y el ser judío.[93][94]En 2022 se pronunciaron contra ella 128 académicos, entre ellos varios judíos.[95] En 2023, más de 100 organizaciones no gubernamentales, incluyendo Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la ACLU y la Ligue des droits de l'Homme, pidieron a la ONU que no adoptase la definición de la IHRA por haber sido instrumentalizada políticamente para silenciar a los que critican al gobierno de Israel.[96]
La Jerusalem Declaration definió el antisemitismo en 2021 como "discriminación, prejuicio, hostilidad o violencia contra los judíos por el hecho de ser judíos (o contra instituciones judias por el hecho de ser judías)". Fue formulada en reacción a la definición de la IHRA, a la cual consideraban poco clara y fuente de controversia. Entre otros aspectos, la Declaración de Jerusalén no considera antisemita el:[97]
La Declaración de Jerusalén ha sido alabada por Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otros grupos por delimitar más claramente lo que constituye antisemitismo y dar orientaciones sobre la libertad de expresión y la protesta sobre Israel y Palestina.[96]