El Parnaso, representado por Rafael Sanzio en la Stanza della Segnatura del Vaticano (Roma, 1509). El dios Apolo se rodea de su corte de nueve musas, número que se repite en la selección de nueve poetas antiguos y nueve poetas modernos. Parte de un programa iconográfico que desarrolla un completo canon, el fresco se concibió como una alegoría de las Artes. En las tres restantes paredes se representaron las alegorías de la Filosofía (La Escuela de Atenas —sabios antiguos y modernos—), la Teología (La disputa del Sacramento —doctores de la Iglesia—) y la Jurisprudencia o el Derecho (Las virtudes cardinales).Apoteosis de Homero, de Ingres (París, 1827). El poeta, coronado por la fama, aparece rodeado de literatos y artistas de todas las épocas. El cuadro, encargado para el museo de Carlos X (nombre que recibían en ese momento las colecciones del Louvre), está planteado como una réplica u homenaje al fresco de Rafael, que de hecho aparece representado.[1]Friso del pedestal del Albert Memorial, llamado del Parnaso (Londres, 1876). De arriba abajo: lado sur (39 músicos y poetas), lado este (40 pintores), lado norte (45 arquitectos) y lado oeste (44 escultores).[2]Entrada oeste de la Biblioteca Nacional (Madrid, 1892). La institución, refundada en 1836 a partir de la Biblioteca Real del Palacio Real de Madrid y de los fondos eclesiásticos procedentes de la desamortización, se convirtió en uno de los más importantes centros de conservación del patrimonio bibliográfico del mundo, además de servir de soporte a investigaciones en todos los ámbitos. Ocupa buena parte del edificio destinado a Biblioteca y Museos Nacionales (de los que solo el Arqueológico ha tenido continuidad en el lugar). El programa escultórico de exhibición orgullosa de las glorias de las letras españolas escogido para la escalinata de la fachada es un ejemplo muy significativo de construcción de la historia nacional, y no discrimina la producción literaria científica de la puramente estética.[3]Great Books of the Western World (Grandes libros del mundo occidental, 1952, Encyclopædia Britannica Inc., a partir de la iniciativa de la Universidad de Chicago —Robert Hutchins y Mortimer Adler—) es un intento de presentar el canon occidental en una colección de 54 volúmenes.[4]
El corpus de grandes obras de la cultura occidental no puede considerarse como una lista cerrada; incluso el núcleo europeo original de lo que se viene llamando mundo occidental comprende múltiples tradiciones culturales en diferentes idiomas, de manera que cualquier selección o antología suele estar influida por la propia capacidad de los que la elaboran para juzgar la valía o relevancia de cada obra u autor. Así, en las listas con pretensiones canónicas realizadas por intelectuales del mundo anglosajón, o las listas de lecturas universitarias de sus prestigiosas universidades, el número de obras de autores de su lengua supera en mucho al de cualquier otra; y lo mismo podría decirse de las instituciones de la cultura francesa, alemana, italiana, rusa o española. Es decir cada cultura nacional genera su propio canon nacional, además de producir una versión diferente del canon occidental.[24]
Desde una postura relativista (relativismo cultural), se niega la universalidad de cualquier canon cultural, dado que depende del criterio de quien lo establece (sea un individuo o un grupo humano), contaminado por su época, su contexto ideológico y todo tipo de circunstancias, personales o sociales, reales o imaginarias, que susciten la creación de una identidad (racial, religiosa,[26] de clase, sexual,[27] etc.); de modo que el corpus del canon varíe en función de ellas. Desde una postura identificada con el perennialismo educativo (filosofía perenne), por el contrario, las creaciones humanas más sublimes deben tener validez universal.[28]
La historicidad del canon es difícilmente cuestionable, así como su continua revisión en el espacio público de una sociedad abierta, aun cuando quienes lo reforman o lo limitan pretendan impedir una nueva revisión. En realidad, no existe solamente un canon, sino un cruce entre muchos cánones de distinta genealogía:[29] el canon de la muchedumbre o, simplemente, del público mayoritario; las bibliotecas y antologías; el canon universitario; el canon del poder; la ruptura estética (el canon de autores y críticos modernos), el canon mestizo e intercultural al que ya se ha hecho referencia, por la colusión entre culturas mundializadas; así como el canon de las mujeres, fruto de la investigación durante las últimas décadas, a cargo de centenares de especialistas, sobre las obras olvidadas y marginadas de autoras en todas las lenguas, no solo europeas, por el hecho de ser mujeres.[30]
Un ejemplo temprano, los Harvard Classics (1909), fueron iniciativa de Charles W. Eliot, presidente de la Universidad de Harvard, que coincidía con la tesis de Thomas Carlyle: The greatest university of all is a collection of books («La mayor universidad de todas es una colección de libros»).
Ha habido un constante e intenso debate político acerca de la naturaleza y el estatus del canon al menos desde los años 60. En Estados Unidos, y en particular por la corriente denominada multiculturalismo, se ha atacado un compendio de libros escrito por dead white males («varones blancos [europeos] muertos»),[32] que no representan el punto de vista de muchos otros en las sociedades contemporáneas por todo el mundo. Por ejemplo, el canon excluye con frecuencia la literatura producida por mujeres, esclavos, homosexuales y disidentes políticos y la que tiene más interés humano y social que meramente estético y se ve frecuentemente forjado por intereses económicos y culturales que excluyen a las minorías. Otros, notablemente Allan Bloom,[33] lo han discutido enérgicamente. Autores como Harold Bloom (profesor de humanidades de la Universidad de Yale que no tiene relación familiar con el anterior) se han pronunciado a su vez a favor del canon, que en general permanece como una idea fuertemente institucionalizada, si bien sus implicaciones se siguen debatiendo intensamente.
Sus defensores mantienen que sus detractores minimizan el significado cultural del canon conforme a intereses básicamente políticos, y que la medida de calidad representada por su corpus de obras del canon es más de naturaleza estética que política; con lo que cualquier objeción hecha al canon desde tal perspectiva es, en definitiva, irrelevante y banal.
Debe situarse el canon literario en el marco de un estudio integral (antropológico, psicológico, social, filosófico) sobre las formas canónicas de aprendizaje humano.[39] Ni el canon literario, ni aun el canon bíblico son ajenos a la limitación humana que obliga a usar prototipos para construir categorías cognitivas. En el ámbito social, esa regla de construcción promueve estereotipos por medio de una tautología: la repetición de un esquema incuestionable y la retroalimentación del prejuicio contra los géneros y las obras consideradas inferiores, en mayor medida que la simple recomendación de experiencia en favor de las obras más estimadas. La locura puede llegar al punto de comparar la formación del canon con la selección natural, de modo explícito.[40] No es de extrañar que el desafío a un canon exterminador se convierta en objetivo del movimiento por los derechos civiles.
De otro modo, el ensayismo acerca de qué sea lo canónico en la ética, la estética y la filosofía está unido íntimamente al esclarecimiento de la condición humana: la realidad y el misterio, la razón, la vulnerabilidad y la compasión en medio de la violencia, los fundamentos del derecho, la libertad y la tiranía, la aceptación de la propia sombra o la inclusión de la alteridad. Tampoco es casual que las posturas más rigoristas con respecto al canon sean herederas del integrismo o del puritanismo estético e ideológico, cuando la confección de una lista era un anticipo del Juicio Final.[41]
El interés primordial de una selección de obras entre el caudal ingente de la creación cultural y literaria responde a la capacidad de aprender por su medio, no solo a través de su imitación (o por el ansia de ser original ante ellas), sino también por una conjunción de valores que son inseparables de la estética. La pregunta clave para señalar unas obras en lugar de otras debería ser, entonces, en qué medida han servido al desarrollo humano, en su sentido más amplio, abierto e integrador: imaginación, invención y fantasía, profundidad y trascendencia mística, testimonio personal y compromiso social frente a la mera vanagloria del poder, el dinero, la etnia, la clase o el género dominantes.[42] Si Shakespeare ha sido crucial para el teatro moderno, Ana Frank lo ha sido para el género de los diarios. Se diferencian de Hitler, Stalin, Mao o los best sellers, aunque no en número de lectores, sino por motivos que reconcilian el sentimiento estético con las cualidades del mundo de la vida en que se desea vivir.
↑Casi toda la producción escrita de la cultura griega hasta el siglo V a. C. era poesía, y la parte que no era se calificaba de logografía (literalmente 'escrito como se habla').
↑Uso bibliográfico del término «canon musical». No debe confundirse con la forma musical denominada canon. La imposibilidad de conocer la música de la Antigüedad restringió el conocimiento de la música del pasado al canto gregoriano y otras tradiciones corales, hasta el desarrollo de la notación musical. Los compositores que alcanzaron la consideración de imprescindibles en el repertorio musical comienzan a partir del barroco (Bach, Vivaldi, Purcell, Haendel) y el classicismo (Haydn, Mozart, Beethoven).
↑La expresión «canon arquitectónico» se usa más habitualmente para referirse a la proporción entre las distintas partes de un edificio. La selección de un corpus canónico del arte arquitectónico occidental se viene haciendo desde la misma Antigüedad con la lista de Siete maravillas del mundo —todas arquitectónicas, excepto el Coloso de Rodas y la Estatua de Zeus en Olimpia—. Edificios religiosos cristianos como las catedrales medievales y San Pedro de Roma, y palacios como El Escorial y Versalles, adquirieron un enorme prestigio en sus propias épocas, prolongado hasta hoy.
Dejando a un lado la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, sus Confesiones [las de San Agustín] deslumbran como otra joya maravillosa. Todo el mundo lo sabe, el Águila de los Doctores con San Pablo y Santo Tomás de Aquino forma la trinidad sublime de la Teología.
↑En esta ordenación, los autores aparecen en número equilibrado por siglos, géneros y naciones. Se justifica por su aparición en la práctica totalidad de los programas educativos o antologías. Véase, por ejemplo esta cronología universal. La selección de Bloom para este periodo cronológico, titulada The aristocratic Age, que se limita a la literatura de ficción, cuenta con 18 italianos, 2 portugueses, 11 españoles, 73 británicos, 27 franceses, 5 alemanes y 1 neerlandés (Erasmo
).
↑La limitación a autores anteriores al siglo XIX hace que en la lista precedente no aparezcan nombres rusos, cosa imposible para los siglos siguientes. En cualquier caso, el canon literario ruso nació con vocación universalista. Fedor Dostoievski, Discurso en el primer centenario de Pushkin, 8 de junio de 1880:
Sólo Pushkin, de todos los poetas mundiales tiene la capacidad de convertirse en representante de otra nación... relean su Don Juan y, si no fuera por la firma de Pushkin, nunca hubieran dicho ustedes que no se trata de la obra de un español... Sí, la predestinación de los rusos es, sin la menor duda, europea y universal. Ser todo un ruso... significa... ser hermano de todos los hombres, un hombre universal... la superación de la nostalgia europea es posible en el alma rusa
Este discurso, leído ante la Sociedad de Amantes de las Letras Rusas, se ha calificado de punto de inflexión en la formación de un canon literario ruso [y]... lo que debía ser una literatura nacional. Así Turgenev se enfrentó... a Katkov. Tolstoi declinó su presencia con una carta pública en la que denunciaba la inmoralidad de una literatura alejada del pueblo (Ángeles Huerta González, La Europa periférica: Rusia y España ante el fenómeno de la modernidad, Universidad de Santiago de Compostela, 2004, ISBN 84-9750-366-X, p. 64. Véase Mikhail Katkov.
↑No existe un índice de impacto de los textos literarios similar a los utilizados para las publicaciones científicas. Sí hay rankings de traducciones (Index Translationum) y de ventas o best sellers (Anexo:Libros más vendidos). La lista de Bloom para el siglo XIX se titula The democratic Age (6 italianos, 4 españoles, 63 británicos, 15 alemanes, 14 rusos y 31 estadounidenses); para el siglo XX se titula The caotic Age (21 italianos, 13 de España —que lista separados de 6 de Cataluña y de 18 de Latinoamérica—, 6 portugueses, 53 franceses, 82 de Gran Bretaña e Irlanda —separados de los 6 de las Indias Occidentales, 12 de África —todos ellos anglófonos, menos uno—, 3 de India en inglés, 8 canadienses, 11 australianos y neozelandeses, y 162 estadounidenses—, 29 alemanes, 18 rusos, 8 de Escandinavia, 3 servocroatas, 5 checos, 6 polacos, 3 húngaros, 6 griegos modernos, 12 yidish, 14 hebreos y 4 árabes). Los premios Nobel de literatura, concedidos anualmente, son también un canon literario para el siglo XX, construido por la selección de autores vivos en el momento de su concesión.
Véase la nota anterior sobre el canon literario ruso.
↑Part I. The teocratic Age (la cronología de los cantares de gesta escritos, cuyas fuentes se inician en la oralidad altomedieval, es más bien de la Baja Edad Media, donde terminan por dar origen a los romances y la literatura caballeresca; en las listas de Bloom el Beowulf y el Mío Cid aparecen en la primera parte —junto a las obras antiguas y medievales—, mientras que el Roldán y Le Morte d'Arthur figuran en la segunda —junto a las obras de la Edad Moderna—).
↑Martínez Sánchez, Joaquín José (2010). «II. Historicidad del canon». El canon de la vida. Poética del desarrollo humano. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. p. 261 y ss. Consultado el 11 de mayo de 2020.
↑Cfr. Joanna Russ, Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Dos Bigotes, 2018 (1983).
Siempre he creído que un buen curso de literatura no debe ser más que una guía de los buenos libros que se deben leer. Cada época no tiene tantos libros esenciales como dicen los maestros que se complacen en aterrorizar a sus alumnos, y de todos ellos se puede hablar en una tarde, siempre que no se tenga un compromiso ineludible para una boda. Leer estos libros esenciales con placer y con juicio es ya un asunto distinto para muchas tardes de la vida, pero si los alumnos tienen la suerte de poder hacerlo terminarán por saber tanto de literatura como el más sabio de sus maestros. El paso siguiente es algo más temible: la especialización. 'Y' un paso más adelante es lo más detestable que puede hacer en este mundo: la erudición. Pero si lo que desean los alumnos es lucirse en las visitas, no tienen que pasar por ninguno de esos tres purgatorios, sino comprar los dos tomos de una obra providencial que se llama Mil libros. La escribieron Luis Nueda y don Antonio Espina, allá por 1940, y allí están resumidos por orden alfabético más de un millar de libros básicos de la literatura universal, con su argumento y su interpretación, y con noticias impresionantes de sus autores y su época. Son muchos más libros, desde luego, de los que harían falta para el curso de una tarde, pero tienen sobre éstos la ventaja de que no hay que leerlos. Ni tampoco hay que avergonzarse: yo tengo estos dos tomos salvadores en la mesa donde escribo, los tengo desde hace muchos años, y me han sacado de graves apuros en el paraíso de los intelectuales, y por tenerlos y conocerlos puedo asegurar que también los tienen y los usan muchos de los pontífices de las fiestas sociales y las columnas de periódicos.
Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Roresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua [sic, debería decir Floresta... de José Manuel Blecua Perdices] que se lee como una novela policiaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito. Es decir, es una lista de carácter profesional.
La elaboración de antologías, diccionarios y estudios críticos que establecen rankings de obras literarias imprescindibles es muy extensa, y no se restringe a las obras clásicas, sino que se extiende a las de mayor actualidad. Una obra reciente es Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939–2010 (véase De la posguerra a la generación X y Memoria histórica para la literatura, reseñas en El País):
↑Martínez Sánchez, Joaquín José (2010). «Prólogo». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, ed. El canon de la vida. Poética del desarrollo humano. p. 4. Consultado el 11 de mayo de 2020.
↑"La superpoblación, la repleción malthusiana, es el auténtico contexto de las angustias canónicas". Harold Bloom, El canon occidental: La escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona, Anagrama, 1995, 25
↑“El canon, lejos de ser el servidor de la clase social dominante, es el ministro de la muerte. Para abrirlo hay que convencer al lector de que se ha despejado un nuevo espacio más grande poblado por los muertos”. Harold Bloom, El canon occidental, 42.
Ídem, The Western Canon: The Books and School of the Ages (edición en español: El canon occidental: La escuela y los libros de todas las épocas, Barcelona, Anagrama, 1995)
Thomas Ward, «Allan Bloom y su filosofía de la tradición», en Resistencia cultural: La nación en el ensayo de las Américas, Lima, Universidad Ricardo Palma, 2004, págs. 326—329 y ss.